Para bien o para mal todos hemos tenido trece años. Donde no sólo entras en la adolescencia, sino que la adolescencia te da tal tortazo que te quedas mareada durante varios años. (O lustros).
Así que estamos en primero o segundo de la ESO y salimos con chicos más mayores que nosotras, todos tienen uno o dos más, pero ya son chicos maduros, no como los críos de nuestra clase, a los que sólo les interesa el fútbol y las pijitas que viven cerca del mar.
El curso en Up North consiste en una larga y aburrida sucesión de imágenes con lluvia. No para de llover practicamente durante todo el curso, y por alguna razón en especial durante todos los fines de semana. Podríamos ser unos quince por aquel entonces, con una gran mayoría de chicos. Cada fin de semana, solíamos ir a casa de alguien a apagar las luces y sobar.
Tan sencillo como aquello. Y ahora si lo piensas en frío…
No hemos vuelto a hablar de ello, es casi demasiado violento. Nos encerrábamos en casa de alguien, íbamos todos al salón, se apagaban las luces (también había que controlar dónde estaba el chico que te gustaba en ese momento justo antes de que se volviera todo negro).
Es algo normal, que a pesar de no hablar de ello porque ahora resulte incómodo mencionarlo, hay que pensarlo lógicamente. A los trece las hormonas salen disparadas en todas las direcciones posibles. Y aunque no todas perdimos la virginidad por aquel entonces, todas aprendimos mucho de nuestro cuerpo. No es nada malo querer ser deseadas. Lo que pasa es que a los trece años eres una guarra si dices abiertamente lo que te gusta hacer los fines de semana. (De hecho también eres una guarra si tienes 24 y dices abiertamente que quedas con tus amigos para meteros mano).
Recordé toda esta época de jóvenes adolescentes, porque el otro día un amigo nos contó que una vez fueron él y un amigo a casa de una chica (que a su vez estaba con una amiga). ¿Y qué hicieron? Decidieron desnudarse y tocarse. Las chicas se abrieron de piernas para que los chicos (¿niños?) miraran, ellos se dejaron tocar para que ellas aprendieran cómo se maneja y nadie besó a nadie. Según mi amigo todo fue muy excitante. Pero quedó en eso.
¿Qué harán los treceañeros de hoy en día? ¿Lanzarán su virginidad por la borda a la velocidad de la luz? ¿O abrazarán esos días de florecimiento sexual en los que descubren más que en cualquier clase teórica en el instituto?
Cuánto me alegro de no tener trece años…