Este artículo está sacado de aquí y ha sido escrito por Josep Lapidario.
Leyendo el divertidísimo ensayo Bonk, the curious coupling of sex and science, escrito por la periodista Mary Roach, encontré una irresistible historia sobre clítoris movedizos que quiero compartir con vosotros en lo que espero sea el primero de una serie discontinua de artículos clitorianos… Un tema importante dado que en pleno siglo XXI aún hay gente a la que ‘clitoriano’ le suena a raza alienígena de Star Trek (klingons, vulcanianos y clitorianos).
La historia empieza con la princesa Marie Bonaparte, sobrina nieta del mismísimo Napoleón, una mujer apasionada con una potente libido. En 1907 se casó con el príncipe Jorge de Grecia en un matrimonio dinástico de conveniencia, y para apagar sus calenturas buscó una larga serie de amantes como el ayudante de cámara de su marido o el mismísimo Primer Ministro de Francia.
Sin embargo, estaba enormemente preocupada por su imposibilidad de alcanzar el orgasmo durante el coito: un problema serio en una época en que la masturbación clitoral estaba muy mal vista. Empezó pues a estudiar anatomía, fisiología y psicología con un entusiasmo notable, y trató de confirmar una de sus teorías entrevistando a 243 mujeres sobre su vida sexual, la calidad de sus orgasmos y la distribución anatómica de sus genitales (una serie de entrevistas que inmortalizaría más adelante Alix Lemel en la novela Los 200 clítoris de Marie Bonaparte). En 1924 Marie publicó sus sorprendentes resultados en la revista de medicina Bruxelles-Médical, adoptando por precaución el pseudónimo A.E.Narjani.
Bonaparte clasificó a las mujeres en tres grupos según la distancia entre clítoris y vagina. En las paraclitoridiennes la distancia era menor a 2.5 cm (una pulgada): eran el grupo más numeroso (69% de la muestra) y las que más a menudo disfrutaban de orgasmos durante el coito. Las téleclitoridiennes tenían el clítoris a más de 2.5 cm de la vagina, representaban un 21% de la muestra y tenían dificultades para alcanzar el clímax (o volupté: como tantas otras cosas, suena mejor en francés). Y por último, el 10% restante se movían en el terreno intermedio que Marie llamaba “el umbral de la frigidez”.
Imagino que el primer reflejo al llegar a este punto del artículo es ir a buscar un metro y saciar la curiosidad (sea sobre genitales propios o sobre los más cercanos), pero tened un poco de paciencia todavía…
Como habréis adivinado, Marie Bonaparte era téleclitoridienne, y achacó a esta configuración anatómica sus dificultades orgásmicas. Entra en escena el cirujano vienés Josef Halban, que convence a Marie de que la solución a sus problemas consiste en mover quirúrgicamente su clítoris para acercarlo a la vagina, cortando y pegando ligamentos y tendones en una operación que califica de “simple” y bautiza como «Halban-Narjani». El problema es que gran parte del clítoris está escondido bajo la superficie, lo que convierte la operación en bastante más complicada de lo que esperaba el optimista vienés.
Tras un tiempo de recuperación que se le debió hacer eterno a la pobre Marie, probó con alguno de sus amantes la nueva distribución… Sin lograr la tan ansiada volupté durante el coito. Una segunda operación para recolocar de nuevo el clítoris no mejoró su porcentaje de éxitos.
Por supuesto, había una solución mucho más sencilla que recurrir al bisturí: cambiar de postura. Si se quieren maximizar las posibilidades de orgasmo-durante-coito en una téleclitoridienne, la postura ideal es con ambos sentados cara a cara, posición que fuerza el contacto entre el pene y el clítoris durante la penetración.
Desgraciadamente quien entra ahora en escena es ni más ni menos que Sigmund Freud, cuya posición hacia el clítoris oscila entre la ignorancia y una cierta condescendencia paternal. La próxima vez que una lectora de este artículo fantasee con Viggo Mortensen interpretando a Freud en Un Método Peligroso, que se lo imagine antes recitando esta antipática frase freudiana: “cuando una mujer llega a la edad adulta y entra en la femineidad, el clítoris debería ceder su sensibilidad e importancia, parcial o completamente, a la vagina”.
Sé de unos cuantos clítoris que no estarían de acuerdo… Pero aparentemente Freud convenció a Marie Bonaparte, tal vez cansada de que el frankensteniano Halban fuera recolocando su clítoris como una nariz de Mr. Potato. En poco tiempo Marie se convirtió en discípula y patrocinadora de Freud, y más tarde en psicoanalista de pleno derecho.
Las teorías de Freud sobre la preponderancia de la vagina sobre el clítoris llevaron a Marie a estudiar mujeres cuyo clítoris había sido extirpado, fuera por motivos médicos o por ablación ritual como en algunos países de África. En teoría debería haberlas encontrado más ‘vaginalizadas’ al haber sido eliminado ese elemento de distracción, pero lo que vio es que muchas se masturbaban clitoralmente, aunque con dificultad, sobre las cicatrices (¡recordemos, la mayor parte del clítoris es ‘subterránea’!).
Tampoco encontró pues Marie en el psicoanálisis una respuesta a su ‘frigidez’, y sin embargo permaneció fiel a las teorías freudianas. Por su parte, Freud pareció hacia el final de su vida sentirse algo desconcertado: hablando de Marie, dijo “la gran pregunta que nunca recibe respuesta y yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta años de estudios sobre el alma femenina, es ¿Qué desea una mujer?”.
Muchas cosas, Sigmund, sin duda. Pero una de ellas la tenías debajo de las narices.
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