El otro día estaba leyendo una novela ilustrada, Billy Brouillard y el don de la vista confusa, y encontré un dibujo en el que Billy, un niño de siete años, se explica cómo nació su hermana.
Según el libro, las madres se toman unas semillitas muy ácidas que deben evitar vomitar, pero que generalmente expulsan porque son malas, y ya cuando consiguen ingerirlas, es cuando llegan las hermanas pequeñas.
Y fue al leer éso que recordé cómo me imaginaba yo las mamás se quedaban embarazadas. Para empezar, me lo imaginaba como algo dolorosísimo, y estaba segura que yo jamás querría que me metieran ningún tipo de semilla. Me imaginaba algo grande como una pipa, puede que un poco más grande, y que se metía por el ombligo o por el culo. Un dolor terrible e incómodo.
Me imaginaba a mis padres en el baño, mi padre con un puñado de pipas intentando meterlas en el ombligo de mi madre.
No tardé mucho en aprender, que quedarse embarazada no tiene nada que ver con pipas ni con forzar nada dentro de un cuerpo (generalmente), pero me pareció curioso compartir la anécdota de cómo veía yo la fecundación cuando era una muchachita de unos cuatro años.
No voy a pretender que esta entrada tenga sentido, pero aviso que acabo de ver la película de Closer y no tengo intención de filtrar ni revisar nada de lo que escribo.
El papel de Natalie Portman, Alice, tiene un grave problema psicológico porque no se quiere lo suficiente como para que otros la quieran.
No he llorado cuando he visto la película, ni siquiera me he movido durante casi dos horas. He ido absorviendo todo, parpadeo tras parpadeo, sintiéndome cada vez peor, cada vez más como los personajes de la película. Me he ido mareando poniéndome en su situación.
Cuando llegado un punto en mi vida decidí que yo no quería que me hicieran daño pasé a tomar una gran decisión, y sonaré grandilocuente y quizá lo sea, pero ahora mismo, y psicológicamente entonces, éso era algo importante que aceptar. Yo no quería novios, porque enamorarme había probado que era muy malo. Pero quería follar, todo lo posible. Gracias.
En nuestra sociedad éso no va de la mano, no puedes follar mucho sin novio, tienes que tener algo, alguien o varias personas que cumplan la función de satisfacerte cuando y dónde lo necesites.
Durante años tuve miedo de enamorarme y seguí con otras personas que sabía que no eran peligrosas, que jamás me harían suspirar ni que lograrían despertar a las mariposas.
Ellos tenían rollos, novias, amigas. Había otras chicas, yo era la habitual, la puta pensaréis algunos. Vale, llamadlo puta, be my guest. Había noches que después de un polvo hablábamos de ellas, de cuántas veces follaban con sus novias, de cuántas veces les gustaría follar al día, en qué sitios. A veces nos reíamos de las otras. No sé si también se reirían de mí con otras, puede ser.
Lo doloroso fue cuando por primera vez después de años me enamoré de Ben, fui su cachorrito, su Alice particular, a la que llevar con correa de un lado para otro para cuidarme y que nadie más me hiciera daño mientras él hacía el papel de Jude Law. Ben me quitaba mis ganas de reír, de salir y de bailar. Ahogaba mis ganas de vivir, sólo quería que estuviera en casa para él e hiciera la cena para cuando volvía del trabajo, pero luego se quejaba de que era una puta gorda que no hacía nada en todo el día. Pero lo peor, lo peor con diferencia es que con Ben tenía las mismas conversaciones que tenía con los otros. Cada noche, en algún momento, él hacía algún comentario que me hacía sentir sucia, me hacía sentir la otra, la chica que con otros chicos quería ser, algo fácil y rápido. Pero a mí me habría gustado ser su chica especial que me quisiera tanto como yo lo quería a él, quería que no me hiciera sentir como la otra cada vez que me follaba.
Me daba la vuelta en la cama y me secaba las lágrimas con la almohada. Me había quedado presa en su casa de cristal, y era imposible huir, porque me dolía más no estar, que quedarme siendo otra.
No sé si fui yo la que tomó el papel de otra en la relación, por costumbre, o si fue él el que me alejaba poniéndome en el papel de la puta degradada.
No me he movido durante toda la película porque cada vez que Alice hablaba, pensaba que todo lo que decía era cómo me sentía yo con Ben.
Ojalá hubiera podido ser Jane Jones yo también, al menos habría sido un final feliz.