Por razones que no vienen a cuento estoy vaciando mi habitación, de arriba a abajo. Desde la cama hasta el último papel que haya. Tengo tres baldas en la entrada de mi cuarto, la última de ellas no la veo, alzo la mano y palpo un poco lo que hay para coger lo que quiera. Pero tampoco hay demasiado. Un juego de mesa, una cajita que solía tener tazos, unas fotos de cuando era adolescente y un collar.
O éso pensaba yo.
Estaba tranquilamente bajando poco a poco todo lo que había, cuando me encontré con una ingente cantidad de fotos de carné de gente de mi clase. 13 añados. Toma ya. Me reí. Me encontré unas cartas (esa moda que hubo de mandarse cartas con tus amigas aunque os vierais todos los días) y entonces cayó… un puto condón.
Vacío. El envoltorio estaba plano planísimo, era de los de Control porque por fuera tenía dibujos divertidos. Y entonces recordé vagamente haberlo puesto allí. No era condón de mi primera vez porque no fue en mi casa. ¿Qué podía representar ese condón que yo tan importante consideré en su momento para guardarlo? Miré un rato largo el envoltorio. El condón caducaba en febrero de 2012. Si más o menos los condones duran unos cuatro años… llevemoslo al 2008. Eder fue el chico del momento, pero de Eder no era. ¿Carlos Salazar? ¿Pero por qué guardar un condón suyo? ¿Por qué demontre había guardado ese envoltorio?
Me ha dado pena tirarlo. No por el hecho de tirarlo, sino porque para la Belle de 18 o 19 años esa vez fue importante, pero para mí, no representa nada porque ha sido borrado de mi memoria. La última vez que follé con Carlos Salazar en mi cuarto fue hace dos años, y si hubiera hecho eso hace tan poco lo recordaría. La chiquilla que guardó con toda la ilusión del mundo ese condón ha desaparecido. Y no me he dado cuenta. He matado los recuerdos y la imporancia que pudieron tener.
Le he dado vueltas durante un tiempo, pero da igual con quién usara ese condón. La pena es que ni lo recuerdo ni me importa lo suficiente hoy en día como para lograr encontrar ese recuerdo con respuesta.